martes, 17 de junio de 2008

El loco mirando desde la puerta del jardín


No soy lector de poesía. Apenas he leído algunos versos de Bécquer (como todo el mundo), algo de Miguel Hernández y poca cosa más. Pero si hay un poema que me tiene obsesionado desde hace tiempo es este "El loco mirando desde la puerta del jardín", de Leopoldo Panero.

Conocí a Panero gracias a la película "El desencanto" (1976), de Jaime Chávarri. Quedé atrapado por la lúcida locura de esa atormentada familia. Pero de todos los locos el más brillante era, sin duda, Leopoldo. Hijo del poeta aclamado por el régimen franquista, rebelde militante del Partido Comunista; homosexual, ateo y esquizofrénico; no extraña en absoluto su atormentada existencia, su vida de psiquiátrico en psiquiátrico.

En 1.987 publicó "Poemas del manicomio de Mondragón", entre los que se incluye "El loco mirando desde la puerta del jardín". Ya la primera vez que lo leí comprendí que el poema hablaba de él, aunque, como sucede con la mayoría de poemas, era necesario conocer las circunstancias del poeta para comprender de qué hablaba. Ese hombre normal sin duda es (era) él, hasta el momento en que la locura (el esperpento) se cruzó en su vida. Los sepulcros junto a los que yace son el resto de locos con quienes comparte manicomio, y las dos últimas líneas son la aceptación de que lo que le sucede es fruto únicamente del azar y no del destino.

La referencia de la muerte del pelícano es algo que nunca comprendí, pero hace poco tiempo creo que di con la respuesta. En los primeros años del cristianismo Jesús era representado simbólicamente como un pelícano. El pelícano es un caso único en la naturaleza. Como muchos otros animales se dedica a cazar para alimentar a sus crías. Pero, cuando no encuentra presas con las que darles sustento, se arranca trozos de su propio cuerpo para dar de comer a sus hijos. Como Jesucristo, les alimenta con su cuerpo y con su sangre. Panero, cuando habla de matar al pelícano, se refiere al asesinato de Jesús, a la pérdida de la fe, a su ateísmo. No para culparle, sino para exculparle de su locura. Genial metáfora.

"En cualquier cosa, si yo he sido un monstruo, que el infierno me perdone."

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