Lance Armstrong ganó a los 21 años el campeonato del mundo en carretera (el favorito en aquella edición era Induráin), y su primera etapa en el tour de Francia. Después superó un cáncer de testículos con metástasis en los pulmones y el cerebro, y volvió para ganar siete tours de Francia seguidos, del 99 a 2005. Eran los tiempos de mayor caza de brujas en el tour, con los controles sanguíneos nocturnos, las expulsiones de equipos enteros como el Festina en el 98, la operación puerto, etc. Armstrong terminó publicando en una web todos los controles que le hacían con todos los resultados. Le hicieron probablemente miles, y el resultado siempre fue negativo.
Hace unos dos meses, la USADA, la agencia no gubernamental responsable de la lucha contra el doping en EEUU, le acusó formalmente de estar involucrado en una trama de dopaje. Armstrong podría entonces haber iniciado una espiral de arbitrajes y apelaciones que podría haber acabado en Suiza, pero hace unos días dijo que no se iba a defender ante un proceso "unilateral e injusto", lo cual automáticamente inicia un procedimiento sancionador que debería acabar desposeyéndole de los siete tours. Hasta donde yo sé, la USADA no ha hecho públicas ninguna de las pruebas que posee de la participación de Armstrong en esta trama de dopaje, aunque por las publicaciones de algunos periódicos, parece que los testimonios de excompañeros de Armstrong son la prueba principal.
Hay varias conclusiones a extraer de todo esto:
-El deporte está sucio. Nos encanta el deporte, a mí al menos me encanta. Alguien nace con un don y se entrena y se esfuerza hasta multiplicarlo y desafiar los límites humanos. Pero ya no podemos confiar en lo que vemos. En la pasada olimpiada, donde nos han asombrado atletas de todas las naciones, nadie nos garantiza que dentro de diez años aparezca una investigación que derribe a alguno de ellos. Cuando encendamos la tele ante una gran prueba, de lo único que estaremos casi seguros es que alguno de los competidores está haciendo trampas.
-Los controles de laboratorio no sirven para nada. En cada gran prueba, como en la reciente olimpiada, nos recuerdan que tienen sistemas fabulosos capaces de detectar una gota de testosterona en una piscina olímpica (algo así dijeron en esta). En la práctica, las grandes operaciones contra el dopaje han venido de investigaciones y testimonios, los controles sólo detectan a los dopados pobres o a los tontos.
-Las agencias contra el dopaje han crecido hasta tener un poder casi peligroso. Presionados por el COI, los estados han cedido cuotas de poder a estas agencias que desafían nuestros sistemas de justicia. En un proceso judicial ordinario, para que se condene a una persona es necesario un juicio, en el que el fiscal debe probar la culpabilidad del acusado. Los testimonios deben ser presentados en una sala pública a la vista de un juez, y si una prueba hubiera sido recabada mediante medios ilícitos no sería tenida en cuenta. Se dice que estos sistemas son garantistas. En cambio, en el caso de Armstrong, lo único que ha habido es una acusación, no ha habido ni juicio. No se ha hecho pública ni una sola prueba, ni un testigo, ni un testimonio. No hay nada. Se han cargado al mejor ciclista de la historia, joder, deberían habernos inundado con pruebas, imágenes, documentos, declaraciones, entrevistas, y no hay nada. Es tremendo.
Hay quien dice que debería permitirse el dopaje. Yo estoy completamente en contra. Si a mi hija le gustara el deporte en un mundo con dopaje generalizado, yo estaría muy preocupado. Pero está claro que en lucha contra el dopaje las cosas tienen que cambiar. Necesitamos en primer lugar controles que funcionen. No puede ser que haya que esperar diez años (o más) para saber si alguien realmente fue un campeón. Y si hay que recurrir a las agencias, necesitamos procesos transparentes, garantistas, donde se expongan las pruebas públicamente.
Y una última mención a los que son quizá los grandes responsables de que hayamos llegado hasta aquí y los que tienen la oportunidad de presionar para que cambie. En una gran vuelta, los periodistas siguen cada paso de los ciclistas: comen con ellos, duermen en los mismos hoteles. Hace unos años, en una vuelta regional, una persona que conocemos me dijo que se había asomado por debajo de los coches de los masajistas e iban llenos de jeringuillas. Yo no fui y no lo puedo confirmar, pero no tengo por qué dudar de quien me lo dijo. Pero la cuestión es: si una persona se a pie se da cuenta, cómo es posible que una horda de periodistas que casi duerme con los ciclistas durante tres semanas no sea capaz de darse cuenta de lo que pasa. Cómo es posible que no sean capaces de señalar dónde se debe iniciar una investigación. Cómo es posible que no luchen por la limpieza del deporte que les da de comer.